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viernes, 12 de noviembre de 2010

El Rojo esta en semifinal

La fiesta comenzó antes de que el árbitro paraguayo Carlos Amarilla pite el comienzo del encuentro. La mirada segura del capitán rojo Eduardo Tuzzio, al momento del sorteo, expresó lo que, seguramente, el resto de sus compañeros sintió en ese mismo instante: que no podían defraudar a su gente no accediendo a semifinales de la Copa Sudamericana.

Bombos sonando a la par de los variados cánticos de la hinchada local, banderas meneándose con las suaves caricias que le regalaba el viento, bengalas que llegaban a perderse en la infinidad y un recibimiento acorde a un conjunto que goza de éxitos constantes. Independiente fue eso en la previa, a lo largo y, por supuesto, al final de los 90 minutos. Desde el banco de suplentes, quienes observaron, sintieron y sufrieron el partido a metros de Antonio Mohamed miraron, en más de una oportunidad, la algarabía desatada en la tribuna, contemplando cada palabra de cada canción, cada grito de aliento hacia quienes estaban dentro del campo de juego, cada bombo emitiendo un sonido similar al de la esperanza –si es que ésto se pudiese percibir mediante el oído humano-, como si fuesen los últimos de sus jóvenes vidas.

Una vez comenzado el duelo, las especulaciones con respecto a que podrían realizar las dos entidades quedaron atrás. A pesar de que el Rojo entró bastante despierto, como si tuviesen que ganar por obligación, una falta cerca del área propia hizo enmudecer al estadio por un instante. Rodrigo Marangoni, verdugo de Independiente en el duelo de ida, tomó la pelota con decisión, pateó tres veces el pasto y colocó la redonda sobre el césped con una suavidad llamativa, como si se estuviese tratando de un ser querido y hasta adorado. Segundos después, impactó el balón. Sin embargo, Hilario Navarro, quien tranquilamente podría ser citado para integrar el plantel de una Selección local, voló cual pájaro en el viento y descolgó un remate con destino de gol. El tradicional “uhhh”, presente en cualquier cancha del mundo cuando se estuvo cerca de una conversión, ensordeció el Cilindro.

Luego, otra situación de riesgo pero en la otra punta del campo: centro de Patricio Rodríguez y cabezazo excepcional de Leonel Galeano que se estrelló contra el travesaño. Después, poco más. Un tiro desde lejos que Hilario despejó sin complicarse y una jugada realmente atípica: Anthony Silva, arquero de Deportes Tolima, demoró un instante para despejar un pase atrás y Patito, de regular partido, fue a la carga. Finalmente, el remate impactó sobre la humanidad del volante y se perdió, por centímetros, por la línea de fondo. Párrafo aparte para el gol mal anulado hacia los colombianos, cuando promediaban los primeros 45 minutos. Si el trámite del encuentro hubiese cambiado no se sabe, lo cierto y concreto es que el 0 a 0 permaneció hasta el final del choque copero.

La segunda etapa mostró un Tolima más protagonista, pero sin profundidad. La serie de toques intrascendentes en el medio del campo no llegaron nunca a buen puerto y el arquero local fue un espectador de lujo. La defensa redondeó un partido correcto, sin errores. Nicolás Cabrera y Hernán Fredes comenzaron a cambiar los silbidos por leves aplausos y los once de memoria –frase que le agradaba utilizar al entrenador Alfio Basile- comienzan a salir. Se puede percibir que la mentalidad es distinta. Que el Turco, además de hacer cambiar a los jugadores desde lo táctico, les llegó desde lo psicológico, les tocó la moral.

Los Diablos de Avellaneda ya eliminaron a tres rivales. Ahora, será el turno de medir fuerzas ante una de las entidades más organizadas y competitivas de Sudamérica: La Liga Deportiva Universitaria de Quito. Por lo pronto, a festejar. Destapen un champagne del bueno, que mitad –y un poco más- de Avellaneda está de fiesta.

Matías Capece - De la Cuna al Infierno

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